
De la diáspora a la recepción: un viaje migratorio en dos tiempos

Durante gran parte del siglo XX, la silueta de Uruguay en los mapas demográficos se delineaba con el trazo constante de la emigración.
Por: Inés María Alfonso Rodríguez
La promesa de estabilidad que alguna vez atrajo a europeos se desdibujó, dando paso a un éxodo de talentos y esperanzas hacia destinos lejanos y cercanos. Sin embargo, el nuevo milenio pintó un cuadro diferente. Hoy, Uruguay vive una transformación silenciosa, pero a la vez profunda: pasó de ser un país que veía partir a sus hijos a convertirse en un destino que acoge, donde la integración es la nueva frontera.
El Éxodo Oriental
Para comprender el Uruguay actual, es imprescindible volver la mirada al siglo pasado. La crisis económica, con raíces en la década de 1950, comenzó a mostrar sus efectos más crudos en los años 60. El desempleo creció y, con él, la efervescencia social. Este malestar, al chocar con la imposibilidad de resolución en el ámbito político, derivó en un clima de violencia que culminó con el golpe de Estado de junio de 1973 y la instauración de una dictadura cívico-militar que se prolongaría por doce años.
La combinación de represión política y deterioro económico creó la tormenta perfecta para la mayor diáspora en la historia del país. Pero este fenómeno no fue exclusivo de Uruguay. Fue un proceso regional, alimentado por factores de «empuje» internos y de «atracción» externos.
Mientras la dictadura ahogaba las libertades, países como Argentina, en un breve retorno democrático (1973-74), abrían sus fronteras y ofrecían salarios más altos para mano de obra calificada. Brasil, por su parte, con políticas de desarrollo tecnológico, se convirtió en un imán para profesionales uruguayos.
Esta emigración, como señalan los estudios demográficos, se instaló como un fenómeno estructural. Los saldos migratorios fueron persistentemente negativos durante la segunda mitad del siglo XX, una tendencia que, si bien fluctuó, continuó incluso después de recuperada la democracia en 1985, acentuándose dramáticamente durante la crisis económica de 2002.
El punto de inflexión: un saldo que cambia de signo
El cambio comenzó a gestarse de manera casi imperceptible. Un hito crucial se alcanzó alrededor de 2009: por primera vez en décadas, el saldo migratorio anual de Uruguay se volvió positivo. Es decir, comenzaron a entrar más personas de las que salían. Este hecho, con una única y leve interrupción en 2012, marcó un antes y un después.
Las causas de esta reversión son múltiples. La relativa estabilidad política y económica uruguaya post-crisis de 2002 se convirtió en un faro de atracción en una región que luego enfrentaría sus propias turbulencias. La crisis internacional de 2008 y los posteriores vaivenes económicos en Europa y Argentina incentivaron, por un lado, el retorno de uruguayos que habían emigrado años atrás y, por otro, la llegada de nuevos inmigrantes, principalmente de países vecinos.
La pionera migración extrarregional
A mediados de la década de 2000, Uruguay comenzó a recibir un flujo migratorio pionero y distintivo: ciudadanos de la República Dominicana. Este grupo, aunque numéricamente no masivo en comparación con las oleadas posteriores, fue fundamental por ser una de las primeras migraciones extrarregionales (no provenientes de países limítrofes o del Cono Sur) en consolidarse de manera visible. Se establecieron principalmente en Montevideo, donde crearon redes de apoyo comunitario y se insertaron con notable emprendedurismo en sectores como el comercio minorista y los servicios. Su llegada marcó un punto de inflexión, demostrando que Uruguay empezaba a ser percibido como un destino viable más allá de su contexto geográfico inmediato, allanando el camino para futuras corrientes.
El panorama migratorio uruguayo se complejizó y enriqueció aún más con la llegada de ciudadanos cubanos y venezolanos. La migración cubana, que ganó fuerza a partir de la última década, se caracterizó a menudo por poseer altos niveles de instrucción. Muchos profesionales y técnicos cubanos vieron en Uruguay, con su estabilidad y marco legal abierto, una oportunidad para revalidar estudios y buscar una inserción laboral acorde a su formación, aprovechando las facilidades relativas que el país ofrecía en comparación con destinos más tradicionales como Estados Unidos.
Sin duda, el fenómeno que ha redefinido cuantitativamente y cualitativamente la demografía migrante reciente en Uruguay es la llegada masiva de ciudadanos venezolanos. A diferencia de la migración histórica, este flujo es extremadamente diverso en su composición socioeconómica y profesional, abarcando desde personas con alta calificación hasta familias enteras en situación de mayor vulnerabilidad. Su consolidación ha puesto a prueba el sistema de acogida uruguayo pero, al mismo tiempo, ha enriquecido el tejido social y cultural de manera irreversible.
Un nuevo rostro migratorio
Un análisis de las cifras migratorias y demográficas de Uruguay, desde 2020 a la actualidad, revela una realidad compleja: el país enfrenta un inexorable declive en su crecimiento natural, compensado parcialmente por la llegada de nuevos residentes extranjeros, cuyo perfil y volumen han experimentado cambios significativos en el último quinquenio.
Según el número referenciado por censos poblacionales y por información de los consulados de los países mencionados, 2023 ofreció una fotografía precisa de la población extranjera en el país: 107.953 personas nacidas en el extranjero residen en Uruguay. No obstante, estimaciones posteriores del Instituto Nacional de Estadística (INE), que incorporan permisos de residencia y otros registros administrativos, elevan esa cifra a 122.151 individuos. Esta comunidad inmigrante tiene un origen predominantemente regional. Los argentinos lideran con aproximadamente 32.000 connacionales, seguidos por un flujo más reciente de venezolanos, que rondan los 16.000, y cubanos, que completan el podio de las principales nacionalidades.
Un dato crucial es que más del 50% de estos migrantes llegó en la última década (2012-2022), lo que indica un proceso de rejuvenecimiento y renovación de la fuerza laboral en un país con una población que envejece. Este dinamismo migratorio contrasta con la tendencia general de la población uruguaya. El INE estima que Uruguay alcanzó su pico poblacional en 2020, con 3.510.305 habitantes, iniciando desde entonces una fase de reducción gradual. La causa principal es un crecimiento natural negativo: desde 2020, el número de muertes supera de forma sostenida al de nacimientos. En este escenario, las proyecciones oficiales habían supuesto un saldo migratorio exterior cercano a cero, augurando una contracción poblacional más acelerada. Sin embargo, la llegada constante, aunque fluctuante, de inmigrantes ha actuado como un moderador de esta caída, sin lograr revertirla por completo.
Tendencias en los flujos recientes (2020-2025)
Aunque la información anual detallada es parcial, se observan tendencias claras en el período. La pandemia de Covid-19 en 2020 marcó un punto de inflexión, interrumpiendo bruscamente las corrientes migratorias. Un ejemplo elocuente es el caso de los venezolanos: después de una llegada masiva entre 2018 y 2019, solo 805 personas de esa nacionalidad declararon haber ingresado al país en 2020.
Posteriormente, con la reapertura de fronteras, los flujos se recuperaron, aunque sin alcanzar necesariamente los volúmenes prepandemia. Los permisos de residencia y las entradas desde Argentina han mostrado una relativa fortaleza, consolidando a los vecinos trasandinos como la colonia más numerosa.
Políticas de integración: avances y asignaturas pendientes
Consciente de este nuevo escenario, Uruguay ha implementado, desde aproximadamente 2005, un marco de políticas públicas con un enfoque centrado en los derechos humanos. La Ley de Migración N° 18.250 y su decreto reglamentario representaron un avance significativo, garantizando el acceso a la salud, la educación y el trabajo a todos los migrantes, independientemente de su situación legal.
En el ámbito educativo, el Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP) reporta que, si bien los niños migrantes representan alrededor del 1,7% de la matrícula total, su integración es una prioridad. Se han desarrollado programas para la enseñanza del español y el fomento de la interculturalidad, reconociendo que la escuela es el principal espacio de cohesión social.
El principal desafío hoy no es tanto legal, sino cultural y social. La percepción de que los migrantes «quitan trabajo» o saturan los servicios públicos choca con la evidencia de que, en un país con una población envejecida, la migración joven puede ser un dinamizador económico y una oportunidad demográfica. Construir una sociedad verdaderamente inclusiva requiere un esfuerzo conjunto que involucre al Estado, los medios de comunicación, el sistema educativo y la ciudadanía en su conjunto. Se necesita promover una narrativa que valore la diversidad como un activo y no como una amenaza.
Transformación nacional
Uruguay se encuentra en un momento definitorio. La historia de emigración lo ha marcado con una sensibilidad particular hacia el que llega buscando un futuro mejor. Ha dado pasos importantes al reconocer los derechos de los migrantes mediante un marco legal progresista. El cambio de un saldo migratorio negativo a positivo es el símbolo más elocuente de una transformación profunda. Sin embargo, el verdadero éxito de esta nueva etapa no se medirá solo en números, sino en la capacidad de la sociedad uruguaya para convertir la recepción en integración genuina. El desafío ya no es detener la salida, sino gestionar con inteligencia y humanidad la entrada. El futuro de Uruguay como una nación próspera y cohesionada dependerá, en gran medida, de cómo logre articular su pasado emigrante con su presente receptor, construyendo, a partir de ambas experiencias, una identidad más rica, diversa y acogedora para todos los que hoy llaman a este país su hogar.