
Un ejemplo en el mundo

Con sus casi doscientos años de vida independiente a cuestas, Uruguay parece superar, elección tras elección, sus propias marcas en materia de cultura democrática y aproximarse a niveles de excelencia que muy pocos países pueden exhibir. No en vano -y creemos que es oportuno recordarlo a muy pocos días del balotaje- , Uruguay se mantiene como la democracia «más plena” en América del Sur. Ocupa el lugar 14 en el mundo de acuerdo al Índice de Democracia publicado hace unos meses por la unidad de inteligencia de The Economist.
El puntaje, de 8,66, es el resultado de un estudio muy serio que pondera cuatro categorías: el proceso electoral y pluralismo, donde Uruguay obtuvo 10 puntos (el máximo), funcionamiento del gobierno (8,93), participación política (7,78), cultura política (6,88) y libertades civiles (9,71).
Según estos datos, Uruguay fue uno de los pocos países que obtuvieron el puntaje más alto en el rubro proceso electoral y pluralismo y comparte esta nota sobresaliente con Costa Rica, que está tres escalones por debajo del nuestro a nivel global. Mientras que un solo un país africano, Mauricio, accedió a la categoría de “democracia plena”.
Índice de democracia por The Economist
Desde su creación en Londres, en 2006, el estudio se publica todos los años y Uruguay nunca bajó de 8 en su puntaje. Chile por ejemplo está en el lugar 25 del ranking total, Panamá (48), Brasil (51), Argentina (54), Colombia (55), República Dominicana (61) y Paraguay (74). La lista de los “malla oro” la encabezan Noruega, Nueva Zelanda e Islandia. Mientras que los países desarrollados de Europa occidental sobresalen entre las «democracias plenas» del mundo, representando 15 del total de 24 en 2023. Canadá es la única «democracia plena« en América del Norte, mientras Estados Unidos se mantiene desde 2016 como una “democracia defectuosa”. La región de Asia y Australasia tiene cinco «democracias plenas». Incluidas tres asiáticas (Japón, Corea del Sur y Taiwán) junto a Australia y Nueva Zelanda, según el estudio.
Que Uruguay se mantenga con estándares democráticos altos y aun supere sus propios límites, cuando en el resto del mundo se verifican procesos de deterioro, incluso en países centrales, no solo por las guerras, sino también por la pérdida de confianza en los partidos políticos. Debería enorgullecernos por un lado, pero también llamarnos a la reflexión y advertirnos que este resultado no es casual. No es un privilegio autoimpuesto, y tiene mucho que ver con cada uno de nosotros. Con nuestro sistema de partidos políticos, con nuestra centenaria historia de vida independiente y con la calidad de nuestras instituciones estatales.