
Gloria Rodríguez, más allá de la política

En la plaza Constitución de Melo, los años pasaron, las calles cambiaron, la ciudad creció, pero algo sigue intacto, y es precisamente un banco, donde se sentaba Rodríguez, que permanece ahí, como un testigo silencioso de tiempos en los que una niña negra miraba desde el margen, sin derecho a cruzar la puerta del Club Unión, sin siquiera preguntarse por qué. Porque ya sabía que no podía entrar. Porque había aprendido, desde que nació, que ese era el orden de las cosas, había un club “para negros y otro para blancos”. “Era como una regla no escrita, ya sabías que no podías entrar. Y no se te ocurría preguntar. Se había normalizado”, expresó.
Rodríguez se formó en un hogar humilde, pero lleno de amor y valores. Aunque no romantiza su infancia, la reivindica…“Yo hablo mucho de la pobreza digna. Porque en mi casa nunca faltó el plato de comida. Nunca nos sobró nada, era todo lo justo, pero lo que se llevaba a la mesa era el producto del trabajo de mis padres”, relató. Su padre, un hombre de militancia política y trabajo incansable, su madre, primero empleada doméstica, luego costurera, fueron su primer ejemplo de compromiso con la vida.
En su adolescencia vivió discriminación y racismo, que se manifestaba en exclusiones cotidianas. Con el tiempo llegó el enojo, la incomodidad, la rebeldía, y con ello las críticas de sus padres “Decían que era maleducada. Que por qué me enojaba. Pero me rebelé, me molestó. Me di cuenta de que eso no estaba bien”, indicó.
Rodríguez no recuerda un punto de partida claro en su camino político, para ella, la política fue siempre parte de su identidad. Creció en un hogar donde su padre militaba activamente y desde muy niña lo acompañaba, involucrándose con naturalidad en los temas sociales que la rodeaban. Por eso, aunque durante años no ocupó ningún cargo, la política formó parte de su vida siempre.
El camino no fue fácil, llegó a Montevideo con sus dos hijos pequeños, su bisabuela y un perro, por un problema de salud de su hijo mayor. En Melo no había foniatras, ni psicomotricistas, ni un equipo capaz de atender el diagnóstico. “Tuvimos que empezar a viajar cada tres meses, después cada mes y medio, hasta que llegó una internación de ocho meses. Cuando nos dijeron que debía tener tratamiento semanal, entendí que no era viable seguir viviendo a 400 kilómetros. Así que me vine, sin trabajo, con mis hijos. Eso es lo que hacemos las mujeres”, señaló.
Gloria Rodríguez se define como “una mujer negra, madre, demócrata y defensora de los derechos humanos”; cuando habla de las mujeres en política, lo hace desde un lugar que no admite concesiones ni discursos vacíos. “No hablo de mujeres en política. Hablo de mujeres políticas. Esas que militan, que van al territorio, que reclaman espacios. No las que están ahí para no decir nada, para ser funcionales al sistema”, indicó.
La atraviesa un profundo sentido de justicia e igualdad que no solo predica, sino que ejerce. Su defensa de los derechos humanos no es circunstancial ni de discurso, una muestra contundente de ese compromiso se dio durante su primer período parlamentario (2015-2020) cuando, siendo diputada, enfrentó la decisión del gobierno de cerrar el Centro Tiburcio Cachón, destinado a la atención de personas con discapacidad visual. En aquel momento, la entonces ministra Marina Arismendi firmó la clausura, y Gloria lideró la ocupación pacífica del centro junto a los propios usuarios, exigiendo su reapertura y defendiendo el derecho a una atención digna.
Años más tarde, ya en el gobierno de Luis Lacalle Pou, y con Martín Lema en el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), el centro fue reabierto, reacondicionado y posicionado como un servicio de primer nivel. Gloria no olvida que esa promesa había comenzado tiempo atrás, cuando Lacalle Pou aún era senador. “Yo se lo planteé directamente. Y cuando llegó a la Presidencia, cumplió”, señaló. Ese capítulo no solo significó un triunfo en lo que respecta a políticas públicas inclusivas, sino que también fortaleció su imagen de resistencia ante el sistema, dispuesta a proteger los derechos de todos.
En el año 2020, Rodríguez marcó un antes y un después en la historia política del Uruguay, al convertirse en la primera mujer afrodescendiente en ocupar una banca en la Cámara Alta. Aunque reconoce con orgullo ese logro, lo hace también con una mirada crítica… “Sí, soy la excepción”, afirmó, consciente de que su presencia en el Senado aún no refleja una transformación estructural a nivel de inclusión.
En cuanto a la paridad, no es solo una bandera política, es una realidad “No hay democracia plena sin mujeres. Somos más del 51% de la población. La paridad ya está impuesta en la sociedad. Hoy nadie imagina una fórmula presidencial sin una mujer. Nadie cuestiona un gabinete paritario. Es el sistema político el que no escucha. Pero la ciudadanía está preparada”, indicó.
Presentó el Proyecto de Ley de Paridad el 8 de marzo de 2021, convencida de que la representación equitativa debía ser una prioridad. La votación final llegó en mayo de 2024, pero el proyecto no alcanzó la mayoría especial de dos tercios que requería para ser aprobado. Aunque contó con el respaldo del Frente Amplio y de algunas legisladoras de otros partidos, sus propios compañeros del Partido Nacional no lo apoyaron ni tampoco discutieron. “No lo leyeron. Simplemente dijeron que no. Pero yo me había comprometido con la ciudadanía, y lo presenté igual. No me importa pagar costos si es por mis convicciones”, explicó.
La legisladora tiene una motivación muy clara: “Un país equitativo. Un país justo”. Su compromiso se enfoca especialmente en los sectores más vulnerables de la sociedad. “Aquellos niños, niñas y adolescentes que han vivido situaciones muy complejas y terminan institucionalizados. Es un tema que a mí me preocupa y me ocupa muchísimo”, expresó.
Gloria Rodríguez es el ejemplo de una mujer dispuesta a decir lo que otros callan, a presentar proyectos que incomodan, a recordar que la democracia no es tal si no es inclusiva, porque un cambio solo es posible si se abren las puertas para que todos puedan pasar.