
Cien días

No hay nada mágico ni especial en el número. Muchos asesores políticos se han quejado de que es en realidad un criterio totalmente arbitrario e irrelevante. Pero en una democracia está aceptado pacíficamente que los primeros cien días de un gobierno son un primer indicador del impacto de la gestión y del nivel de aceptación pública.
Aunque no es un período suficiente para implementar cambios estratégicos profundos, menos en una realidad presupuestal como la del Uruguay, sirve como una ventana para establecer prioridades, generar expectativas y mostrar capacidad de gestión.
En los hechos, pasa por ser un estándar para medir la eficacia presidencial. Y así se lo ha utilizado, en nuestro país y en el resto del mundo, tanto por parte de la opinión pública, los medios de comunicación, los partidos políticos y el propio gobierno.
El origen del concepto de los 100 días se remonta al año 1933. Más precisamente, al día 4 de marzo, cuando Franklin D. Roosevelt, entonces presidente de Estados Unidos, pronunció su discurso de toma de posesión del cargo en un contexto catastrófico de crisis mundial generada por la Gran Depresión que había comenzado en 1929 y cuyos efectos se sintieron en todo el mundo, incluido obviamente nuestro país. “Esta nación pide acción, y la acción ahora. Nuestra principal tarea es poner a la gente a trabajar. Estoy preparado, bajo mi deber constitucional, para recomendar las medidas que un país asolado, en medio de un mundo asolado, requiere”, afirmó en ese momento.
Con sus palabras, el nuevo presidente generó un nuevo clima de optimismo en el país y consiguió que el Congreso aprobara en sus primeros cien días 15 grandes proyectos de ley, lo que representó un récord histórico. Roosevelt creó esa barrera invisible que llamó el “New Deal” inaugurando una nueva forma de liderazgo basado en una sintonía muy estrecha con las expectativas de la ciudadanía. El concepto sentó un precedente e inauguró una nueva manera de medir los tiempos en política y de ejercer también un cierto control social.