La estabilidad por si sola no alcanza
2025 quedará registrado como un año bisagra para la economía uruguaya y mundial. No fue un período de colapsos espectaculares ni de expansiones virtuosas, sino un tiempo de tensiones persistentes, ajustes silenciosos y redefiniciones estructurales que preparan el terreno para un 2026 cargado de incógnitas. La economía global avanzó, pero lo hizo con dificultad, fragmentada, desigual y condicionada por factores geopolíticos, financieros y sociales que siguen sin resolverse.
Un escenario global frágil
La guerra arancelaria impuesta por Trump generó un giro muy peligroso para la economía mundial.
A nivel internacional, 2025 confirmó el fin de la ilusión de una “normalidad” pospandemia. Las principales economías convivieron con un crecimiento débil, tasas de interés todavía elevadas, endeudamientos récord y una inflación que, si bien se moderó en relación con los picos de años anteriores, nunca volvió a los niveles previos a la crisis sanitaria. Estados Unidos sostuvo su rol de locomotora relativa, pero a costa de déficits fiscales crecientes y una política monetaria restrictiva que impactó de lleno en los flujos financieros hacia los países emergentes.
Europa, por su parte, transitó otro año de estancamiento. Alemania confirmó su pérdida de dinamismo industrial, Francia enfrentó tensiones sociales persistentes y el bloque en su conjunto quedó atrapado entre la necesidad de sostener el gasto social y las exigencias de disciplina fiscal. La guerra en Ucrania siguió siendo un factor de presión energética y presupuestaria, mientras el conflicto en Medio Oriente agregó volatilidad a los precios del petróleo y reforzó la sensación de fragilidad global.
China continuó desacelerándose. El modelo basado en inversión, exportaciones y expansión inmobiliaria mostró límites evidentes y, aunque el gigante asiático evitó una crisis abierta, su menor ritmo de crecimiento impactó en los precios de las materias primas y en la demanda global. América Latina sintió ese freno de manera directa: menos viento de cola externo y mayor dependencia de factores internos.
Uruguay: estabilidad macro, tensiones sociales y crecimiento limitado
En este contexto, Uruguay atravesó 2025 con una economía ordenada en los indicadores macro, pero tensionada en su tejido social y productivo. El país logró sostener la estabilidad cambiaria, mantener la inflación dentro del rango objetivo y preservar el grado inversor, logros que el gobierno destacó como señales de responsabilidad y confianza. Sin embargo, esa estabilidad tuvo costos que se sintieron con fuerza en amplios sectores de la población.
El crecimiento fue modesto. Sectores como el agro y la energía aportaron divisas y sostuvieron exportaciones, pero la industria y el comercio interno mostraron un dinamismo limitado. La inversión privada se mantuvo expectante, condicionada por la incertidumbre regional y por un consumo interno debilitado. El empleo creció poco y de manera desigual, con un aumento del trabajo precario y una persistente informalidad en algunos rubros.
El ajuste fiscal, aunque gradual, impactó en el poder adquisitivo. Los salarios reales tuvieron dificultades para recuperar terreno, las jubilaciones siguieron perdiendo capacidad de compra y el costo de vida se mantuvo elevado, especialmente en alimentos, vivienda y servicios básicos. La estabilidad macro convivió así con una sensación extendida de estancamiento microeconómico, en el que las cifras no terminan de reflejar la vida cotidiana.
La política monetaria restrictiva ayudó a contener la inflación, pero también enfrió la actividad. Las tasas altas encarecieron el crédito, afectando a pequeñas y medianas empresas y limitando el acceso a la vivienda. El sistema financiero permaneció sólido, pero más orientado a la prudencia que al impulso productivo.
A nivel regional, la situación tampoco ofreció alivio. Argentina siguió atravesando una reestructuración profunda, con ajustes severos y tensiones sociales que impactaron en el comercio bilateral. Brasil creció por debajo de su potencial, atrapado entre la necesidad de consolidar sus cuentas públicas y la presión por reactivar su economía. El Mercosur, una vez más, mostró más declaraciones que integración efectiva.
2026 en el horizonte: entre la definición del rumbo y el riesgo de estancamiento
Pero si 2025 fue un año de transición, 2026 se perfila como un punto de definición. En el plano global, la gran interrogante será el rumbo de la política monetaria. Una eventual baja de tasas en Estados Unidos y Europa podría aliviar la presión financiera sobre los países emergentes, pero también reactivar flujos especulativos y nuevas burbujas. La deuda global, pública y privada, sigue siendo una bomba de tiempo que nadie termina de desactivar.
La geopolítica seguirá jugando un rol central. La fragmentación del comercio internacional, la relocalización de cadenas productivas y la competencia tecnológica entre potencias marcarán el ritmo del crecimiento. La transición energética abrirá oportunidades, pero también conflictos, especialmente en países productores de recursos naturales.
Para Uruguay, 2026 será un año clave para decidir si la estabilidad lograda se traduce en desarrollo o queda confinada a los indicadores. El desafío será reactivar el crecimiento sin profundizar las desigualdades. Eso implica discutir el modelo productivo, diversificar exportaciones, apostar a la innovación y mejorar la calidad del empleo. También requerirá revisar el equilibrio entre ajuste fiscal y protección social, en un contexto en el que la cohesión social aparece cada vez más frágil.
El consumo interno difícilmente repunte con fuerza si no hay una recuperación real de ingresos. La inversión necesitará señales claras, no solo de estabilidad, sino de proyecto. Y el Estado enfrentará el dilema de sostener cuentas ordenadas sin resignar su capacidad de impulsar políticas públicas que amortigüen las tensiones sociales.
En el mundo, 2026 podría ser el año en que se consoliden nuevos bloques económicos y se redefinan reglas de juego. O, por el contrario, podría profundizarse la lógica de parches, ajustes y conflictos latentes. En cualquiera de los casos, la economía seguirá siendo un terreno de disputa, no solo técnica, sino política y social.
La gran lección que deja 2025 es que la estabilidad, por sí sola, no alcanza. Uruguay llega a 2026 con fortalezas claras, pero también con deudas pendientes. El desafío será convertir el orden en horizonte, los números en bienestar y la prudencia en futuro. El tiempo de las excusas se agota: lo que viene exigirá decisiones. Y sus costos y beneficios, como siempre, no se repartirán de manera uniforme.




